La calle Fernando de Mompox recuerda al extranjero que se sumó a la Revolución Comunera de 1730
Continuando con la serie de entregas sobre los nombres de las calles de Asunción y la historia que encierra cada una de esas denominaciones, elaborada por la señora Evanhy de Gallegos, se brindarán detalles sobre la calle Fernando de Mompox y Zayas, que homenajea al extranjero que se sumó a la Revolución Comunera de 1730.
Por la Ordenanza 60 del año 1900, se denomina así a la arteria que comienza en la calle Manuel Gondra casi avenida España, entre las calles Tacuary y Estados Unidos. Se dirige al Norte hasta el barranco del río. En su recorrido pasa por el costado del Club Resistencia, en la zona conocida como Ricardo Brugada, antes llamada Callejón Lomas Valentinas, en el barrio San Blas.
¿Quién era Fernando de Mompox?
Era un abogado nacido en Venezuela en 1690, que servía en la corte virreinal de Lima. Allí fue encarcelado y procesado por problemas con el Tribunal de la Santa Inquisición.
En la cárcel, Mompox conoció a José de Antequera y Castro, que aguardaba la hora de su ejecución.
En sus conversaciones hablaban de los derechos de los comunes y de las injusticias del Rey y de la Compañía religiosa de los Jesuitas, únicos detentadores del comercio en el Paraguay colonial.
En 1730, Mompox logró huir de la prisión y emprendió viaje a la ciudad de Asunción, dispuesto a continuar la lucha comunera contra el absolutismo virreinal y el poderío jesuita.
Llegó a Asunción en junio de 1730, con documentación falsa bajo el nombre de marqués de San Pedro, pero con credenciales firmadas por Antequera, que aún vivía.
Los comuneros asuncenos le recibieron como un líder. Mompox se hospedó en la casa de un revolucionario llamado don FernandoCurtido.
Era un gran orador convencido de la doctrina aprendida de José de Antequera.
No justificaba los excesos del Rey contra el bien de la mayoría, de los comunes. Defendía la autonomía de los municipios.
Era en esos tiempos gobernador de la provincia, don Martín de Barúa,sin conflicto con los regidores del cabildo y los vecinos de Asunción.
Barúa no se involucraba en el problema de los asuncenos contra los jesuitas, razón por la que fue sustituido por don Ignacio Soroeta.
Antequera logró enviar una carta a los asuncenos, que así se enteraron de que el nombrado gobernador Ignacio Soroeta, era un partidario de la Compañía de Jesús, por lo que el Cabildo se negó a aceptarlo y tuvo lugar la Tercera Revolución Comunera.
Desobedeciendo al Rey, los Comuneros nombraron tres Presidentes en la Provincia del Paraguay
Al llegar a Asunción el gobernador Soroeta, renunció Barúa, pero el Cabildo se negó a hacer jurar al nuevo gobernador.
Por sugerencia de Fernando de Mompox, se decidió nombrar Presidente de la Provincia del Paraguay, ignorando la designación virreinal.
Fue insólito para la época que se decidiera instalar una Junta Gubernativa, poniendo, por decisión del pueblo, como presidente a don José Luis Bareyro, alcalde de primer voto.
Por primera vez se utilizó el término: “Presidente de la Provincia del Paraguay”.
Al grito de: “Comuna, libertad!!”, el 28 de diciembre de 1730, los asuncenos rodearon la casa de Ignacio Soroeta.
En esa increíble revolución de Asunción, se revocaron las órdenes venidas del Rey de España y se decidió lo que el pueblo deseaba: una República con un Presidente nombrado por elección popular.
No duró mucho el acto de valentía.
Ese mismo año, José Luis Bareyro, el Presidente electo, traicionó a Mompox. Lo apreso y lo envió a Lima.
El 4 de agosto de 1731, salieron los comuneros a las calles de Asunción, liderados por Bartolomé Galván, pero Bareyro logró huir.
Mientras tanto, un grupo de comuneros salió a rescatar a Mompox y le alcanzó en Córdoba, cuando lo llevaban a Lima, y lo puso a salvo en la Colonia portuguesa del Sacramento.
En Asunción comenzaron, entonces, a desarrollarse los acontecimientos de la Tercera Revolución de los Comuneros.
El nuevo comunero Presidente electo fue Juan Antonio Ruiz de Arellano.
En 1732, cuando la noticia del ajusticiamiento de Antequera y Juan de Mena llegó a Asunción, la hija de este, doña Lorenza, que era esposa de Ramón de las Llanas, regidor del Cabildo, comunero de la primera hora, se vistió de blanco y proclamó que “no se debía sentir aflicción ante tan gloriosas muertes”.
Lo mismo hizo la compañera sentimental asuncena de Antequera y Castro, doña Micaela Cañete Sánchez de Vera y Aragón, quien recorrió las calles con el pequeño José Cañete, hijo de Antequera.
El pueblo airado volvió a las calles. Los comuneros de Asunción dispusieron expulsar a los jesuitas por tercera vez.
El 19 de febrero de 1732, los asuncenos los terminaron de expulsar.
Los jesuitas escaparon perseguidos por los asuncenos.
Fueron años difíciles para el Paraguay y sobre todo para Asunción, donde principalmente tenían lugar estas batallas.
En el año 1734, el cabildo comunero nombró el tercer Presidente del Paraguay, el comunero Cristóbal Domínguez de Ovelar.
Desafiaban nada menos que el poder real y el de los jesuitas.
El gobierno de los comuneros de Asunción les confiscó los bienes. El pueblo fue soberano por unos años.
Domínguez de Ovelar gobernó obligando a las reducciones a trasladarse a la otra orilla del Paraná.
Asunción, cuna del primer grito de libertad en América
Todo esto se desarrollaba en Asunción, 50 años antes de la Revolución Francesa.
Ocurría en la pequeña Asunción de cerca de 20.000 habitantes, que luchaban por la autonomía y en contra de quienes les oprimían: el Rey español y los jesuitas.
Además de combatir con armas, se cantaban coplas, para enervar a los enemigos.
La cantada por los comuneros decía: “Se saluda al Cárdenas más insigne, al criollo más gallardo, al varón más singular, al religioso más santo, al más docto, y al más pobre, al fin fraile franciscano que han conocido en las Indias”.
Los enemigos de los comuneros, los jesuitas, y partidarios del Rey gritaban en sus manifestaciones el estribillo: “Todo este pueblo nos siga y no quieran inconstantes perder amigos gigantes por solo un obispo hormiga”.
El caudillo Mompox, mientras tanto, se estableció en Río de Janeiro y allí terminó sus días, en 1745, convertido en comerciante.